En el campo, la mujer gobierna la casa, prepara la ropa y la comida, y cría a sus hijos como la mujer de la ciudad, pero además desempeña funciones importantísimas de que se halla libre ésta. Ella cuida de los animales de corral y frecuentemente de las bestias de labor; hace cultivar o cultiva ella misma el jardín y la huerta inmediatos a la casa; es ella la que lleva a cabo casi todas las compras y aún casi todas las ventas, y es siempre una activa colaboradora del hombre del campo en todos sus trabajos y en todas sus empresas (Martí Alpera, F. (1911). Las escuelas rurales. Gerona: Dalmáu Carles)

Desde un entorno académico se tenía, a principios de siglo XX, esta visión sobre un agente prácticamente invisible para la sociedad: la mujer rural. Esta descripción de la realidad de las mujeres del campo, genérica para toda la geografía española y aún para gran parte de la europea, con todos sus tópicos y limitaciones, tiene como fin ensalzar su figura. En un país, como la España de principios del siglo XX, cuya economía se basaba eminentemente en la agricultura, el papel del género femenino era estratégico. La mujer era considerada principalmente como centro de la familia, su cometido primordial era el de casarse y tener hijos, por encima de cualquier otra cuestión. Por lo tanto, las mujeres rurales tenían sobre sus hombros una doble responsabilidad: en primer lugar, la de ‘asentar’ al hombre en la tierra de labor, impidiendo el éxodo a las ciudades que demandaban en ese momento gran cantidad de mano de obra para la industria; en segundo lugar, la de tener hijos y educarlos en el amor a la agricultura, asegurando una continuidad demográfica en el entorno rural.

Encontramos pues que, en ciertos círculos, se tiene en cuenta la relevancia de la mujer rural en la sociedad, pero siempre supeditada a su función de madre y esposa, siempre como un complemento que, si bien es necesario para que el hombre realice su labor y la sociedad consiga prosperar, no deja de tener un papel secundario. Por mucho que fuera su esfuerzo y su trabajo, se ha considerado ‘una ayuda’ para el cabeza de familia.

Ni siquiera en el ámbito educativo se libraba el género femenino de esta losa: La escuela debe preparar a las niñas a ser buenas amas de casa, excelentes madres de familia. Debe despertar en ellas el gusto de las cosas domésticas, preservarlas de aficiones y caprichos superiores a su condición y dotarlas de habilidades y conocimientos útiles y de un espíritu de previsión y de iniciativa que contribuya mucho a su felicidad y a la de los suyos. Y así las muchachas deben aprender a hacer la compra, a barrer el suelo, a fregar retretes, a preparar un licor y un plato de dulce, a cuidar un enfermo, a conocer la higiene doméstica, a evitar las adulteraciones y, finalmente, a conseguir, para cuando sean mujeres, que no todo sea aplicación y buen deseo, sino también conocimiento, acierto, trabajo inteligente y fructuoso. (Martí Alpera, F. (1911). Las escuelas rurales. Gerona: Dalmáu Carles).

Si nos limitamos al entorno local, a la realidad más cercana, no hay excepción a la norma: el cometido de la mujer es casarse. En aquellos tiempos antiguos, las chicas solteras del Camp d’Elx, no tenían otra alternativa de futuro al margen del matrimonio. El casarse era la única salida aceptable de cara a orientar su vida venidera, a partir de su edad juvenil. La posible alternativa, era quedarse solteras para toda la vida, circunstancia que muy pocas chicas aceptaban de buen grado. Generalmente, si eso ocurría, era en contra de su voluntad. Casarse y formar una familia, era la única meta que perseguían alcanzar todas las chicas solteras. Por eso, desde muy jóvenes, comenzaban a hacer acopio de sábanas, toallas y otras vestimentas que componían un ajuar normal y apropiado.

Lo más importante para las chicas solteras era tener el nido hecho para cuando se presentara la hora, siempre deseada, del matrimonio. Lo que quiere decir que, en muchos casos, se hacían el ajuar antes que tuvieran novio, y a veces, las chicas envejecían solteras, se les quedaba el ajuar hecho y no se casaban nunca, lo que constituía una gran frustración para ellas. (Soler Vicente, A. y Brotons García, B. (1986). S’ha perdut una cultura del camp d’Elx. 57-58).
La ocupación principal de la mujer en el Camp d’Elx es la de ama de casa, pero en el caso local solían tener cierta actividad relacionada con la industria del calzado, lo cual no dejaba de considerarse un complemento a la economía familiar, eminentemente agrícola: Durante todo el año la madre, como ama de casa, y las hijas, si las hay, cosen la ropa, lavan y arreglan los animales domésticos de la casa, también hacen faena, tal como hacer soga de cáñamo para las suelas de las alpargatas, industria que se halla en Elche, y se reparte faena a las mujeres del campo y de la ciudad (Museo Escolar de Pusol. (c. 1990) Actividad de una familia agrícola. No publicado).

En definitiva, vemos como ya entrado el siglo XX, la mujer rural era un sujeto pasivo para la sociedad, a la que debía servir con abnegación como base de una estructura demográfica y económica, pero a la que apenas se le reconocía su labor. ¿Ha cambiado esta percepción?

No podemos afirmar que actualmente la única alternativa vital de una mujer sea el matrimonio, ni en el entorno rural ni en ningún otro, pero ¿Qué pasa con aquellas que eligen la actividad agraria o ganadera, que eligen quedarse en el campo? ¿Qué sabe la sociedad actual de la realidad de las mujeres rurales, tan alejada de la de las influencers? ¿Son estas mujeres un modelo de resistencia o son el reducto de una sociedad en vías de extinción? La ONU estima que las mujeres rurales son un cuarto de la población total de la Tierra, sin embargo ¿son visibles a nuestros ojos?

Autor: José Aniorte, gestor cultural del Museo Escolar.